27 de abril de 2012

Tres cuestiones para mantener el equilibrio

Tres cuestiones básicas que sigo en el día a día de mi vida, que me ayudan a mantener el equilibrio, intento llevar a cabo, buscando el equilibrio real y la serenidad en mi vida. Tres cuestiones que aunque parezcan algo utópicas, creo que son fundamentales y necesarias;

 1.- Intentar humanizar lo que me rodea, a base de estar en contacto con los que me rodean. Las Redes Sociales como herramienta fundamental. Facebook, twitter, las NNTT son aplicaciones reales que mantienen los contactos humanos más allá de los simples hola y adios.

 2.- Ser honesto con mis principios y con los que estan a mi lado. El contacto humano y el no perder el norte. La honestidad y la sinceridad debe de ser bandera de esta sociedad, que ultimamente esta tan acelerada y es tan cambiante como la economía diária. Partiendo de la base de que todo el mundo miente, es complicado mantener esta premisa, pero si es necesario la busqueda de la confianza.

 3.- Ser feliz. Siendo esta la cuestión más importante, necesaria e imprescindible. la felicidad no es cuestión de poder, economía y materialismos, sino de optimismo y capacidad de reacción ante las dificultades.


Capitulo I

Un cuarto repleto de historias, de sentimientos, de plenitud emocional, que entrelaza la desorganización imperial de la ropa tirada por el suelo, con la verdadera sensación de que algo ocurre tan lejos como cercano a mí.
No pude levantar la cabeza sin antes cerrar de nuevo los ojos para recordar la inexistencia de que alguien yacía a mi lado sin moverse, digo la inexistencia porque sin duda es lo que uno hubiese querido que pasara en ese momento, el de no existir nadie a mi lado y menos en las formas acabadas. Cuando puede por fin incorporarme y comprobar la verdad de los hechos, resople con la profundidad extrema hasta donde llegaban mis pulmones. Sí, estaba a mi lado, cual ángel bajada del cielo, dormida con la expresión marcada en las faces bellas de su cara recién lavada, de niña picarona nacida para el arte del amor sin nada a cambio. Intente bajarme de la cama para así poder largarme lo antes posible y marcharme sin despertarla, pero pronto me dí cuenta de que la pierna derecha me dolía al moverme, me tente la cara con la mano y pude inmediatamente observar de que algo de sangre tenía, el cuerpo comenzaba a desperezarse, y comprendí de que la noche no solo había acabado en mi cama con un ángel bastante menor que yo, sino que alguna extraña circunstancia me había hecho el cuerpo trizas y no podía moverme. Incorporado en la cama un frío intenso me recorrió el cuerpo, la ventana de la habitación estaba abierta.
La habitación en la que dormía y sobre todo pasaba casi todo el día, pertenecía a un cuarto de alquiler el cual solía pasar largas temporadas, cuando entre manos tenia la terminación de una de mis novelas o simplemente cuando pasaba una de mis crisis interminables de identidad, que terminaban con la desfachatez de insólitas hazañas más bien de pipiolos desorbitados que de hombres posicionados y mayores de 55 años. No era más que un cuarto pequeño, en el que sobresalía considerablemente la gran mesa para escribir, postrada a la derecha de la puerta de roble añejo francés con la que se coronaba la entrada y la salida de una habitación que era la más grande de Casa Manolita. Tenía un gran ventanal con un balcón pequeño, protegido con una baranda de forja inglesa, muy de la época, con vistas no muy extravagantes, pero sí muy satisfactorias para lo que a un hombre se refiere, en el piso de abajo del bloque de enfrente vivía Carolina, dulce dama de esas nobles, con vestido de seda con volantes en los bajos y cancan, vuelos en los remates superiores de las mangas y sombrero alegre por primavera, 19 añitos, moza y comprometida con Leonardo, hijo menor de Doña Manolita, de buena posición, pero pésima belleza, más bien feo. La ventana se enmarcaba en la parte lateral de la habitación dando luz a un catre de 90 cm. Con colchón nuevo, cabecero de madera y un somier que hice cambiar, no solo por el estruendo que formaba al estallar la pasión de la vanidad, sino que una noche de esas en la que las crisis formaban parte de mi ser, recorría las mayores casas de señoras de la ciudad, para acabar como siempre borracho y con la compañía de Rosa Alférez, despertando de madrugada a todo el vecindario. No existían cuadros, ni decoración alguna, solo unas pequeñas flores de tela que Doña Manolita solía poner en cuanto llamaba para anunciar de mi llegada.